jueves, 31 de julio de 2008

Crònica de un yo devorador.

Una fuerza voraz se fue enroscando en su interior, se encapsulo, formando un muro circular insensible y repelente a la vez, ¿cuando comenzó esto? - se decía para si. En sus comienzos era como una dulce sensación de potestad, autonomía y superioridad. Las potencias y capacidades propias de cada hombre en él se estaban despertando y le producían en su uso pujante un gozo imperdible, la escuela resulto ser un campo fértil, acompaño sin amenguar, esa fuerza. Poco a poco fue tomando una forma descriptible y palpable, estilos, modos, valores, elecciones fuertes y excluyentes marcaban el alto contorno de contención. Episodios espontáneos, “externos” y anecdóticos intentaron socavarla, pero algunos remiendos “divinos” le emparcharon los huecos. Así andaba, como un auto-motor.

Para estas alturas, con estatura y conformación dada, comenzaron los insípidos diálogos, preguntas y respuestas, incursiones fantásticas, descubrimientos y manipulaciones. Quizás la cercanía y complicidad con ella fueron las raíces de una unión cada vez más fuerte, tal es así, que pronto las distinciones se hicieron difíciles. Ya no dialogaban sino que ella era la voz de mando e impregno todos sus rincones, al tomar sus ojos y visiones el mundo se achico, su corazón parecía ser el recóndito lugar donde guarecerse, pero al tiempo también este fue enfriado con su pálida presencia, al colocarse en el fin sentencio de muerte la vida.

La desesperación estaba naciendo. Todo lo que tocaba lo hacia propio e inseparable, se corono rey déspota de su mundo, entre este y él no había diferencia posible. Su lengua solo hablo para sus oídos y sus oídos estaban para escuchar solo su voz, su piel solo sintió su piel y esta puso el límite infranqueable. Así creador y criatura, ahogado y ahogador, muerto y matador, fueron uno solo.

domingo, 20 de julio de 2008

¡Feliz día!

A todos los que comparten este espacio y mi espacio vital, gracias por la amistad.
Un abrazo fraternal:
Sergio

lunes, 14 de julio de 2008

FRAGMENTOS

CÁNTICO ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste habiéndome herido; salí tras ti clamando y eras ido. Pastores, los que fueres allá por las majadas al otero, si por ventura vieres aquel que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero. Buscando mis amores iré por esos montes y riberas; no cogeré las flores, ni temeré a las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras. ¡Oh bosques y espesuras plantadas por la mano del Amado!, ¡oh prado de verduras de flores esmaltado!, decid si por vosotros ha pasado. Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura; y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura. ¡Ay!, ¿quién podrá sanarme? Acaba de entregarte ya de veras; no quieras enviarmede hoy más mensajero que no saben decirme lo que quiero.Y todos cuantos vagan de ti me van mil gracias refiriendo, y todos más me llagan, y déjanme muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo. Mas, ¿cómo perseveras, ¡oh vida!, no viendo donde vives, y haciendo por que mueras las flechas que recibes de lo que del Amado en ti concibes? ¿Por qué, pues has llagado a queste corazón, no le sanaste? Y, pues me le has robado, ¿por qué así le dejaste, y no tomas el robo que robaste?

CANCIONES DEL ALMA

CANCIONES DEL ALMA... [ I ]En una noche oscura con ansias en amores inflamada¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada, a oscuras y segura por la secreta escala disfrazada, ¡oh dichosa ventura!a oscuras y en celada estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa en secreto que nadie me veía ni yo miraba cosa sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía. Aquesta me guiaba más cierto que la luz del mediodía adonde me esperaba quien yo bien me sabía en sitio donde nadie aparecía. ¡Oh noche, que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada! En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba allí quedó dormido y yo le regalaba y el ventalle de cedros aire daba. El aire de la almena cuando yo sus cabellos esparcía con su mano serena y en mi cuello hería y todos mis sentidos suspendía. Quedéme y olvidéme el rostro recliné sobre el amado; cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.