lunes, 22 de septiembre de 2008

EL HOMBRE DEL JARDIN

Un torrente de fuerzas pujan, pasiones que corretean despavoridas, anónimas impertinentes yacen limitadas por la piel, ese cerco mágico donde se tocan los dos mundos, pero erguido mirando impávido el corren del arroyo humano, las dejo topar y topar. Siento solo la brisa fría, roza mi rostro y mueve mis cabellos. Hay, también, azahares mezclados, regalados en el aire, perciben mis sentidos la espesa amalgama. Mi latir le da el ritmo a la sinfónica estación. Un pequeño gesto humanizaría la estancia, pero como un estoico árbol me dejo dejar, ahí se tocan lo continente y lo contenido, esfumándose en la armonía. A estas alturas olvide mi nombre, el contorno que me individualiza, disolví mirar y mirado, fuera y dentro, muerte y vida. Soy la flor, el perfume, lo perfumado, el color y lo coloreado. Huéleme, abrázame, pues yo ya no puedo abrasar. Voy en la danza amorosa de la vida, juego con las formas, con la prisión y la libertad, me mimetizo en las sombras y en los brillos, ¡ahí estoy! en la gota que pende de la hoja a merced de los vientos, ahora en la escama del dorado que salta en los aires, en los ojos cristalinos de la enamorada, donde el enamorado y el amor se funden hasta el infinito, como el juego de los espejos multiplicados. En la oración, en esas manos estrechadas que estrujan a Dios, en la rica pobreza que rompe el tiempo y calma en la eterna espera, en la caricia, en la paciencia, ese analgésico terreno. En los santos niños, maestros fugaces que dejamos escapar. Huéleme, soy el hombre del jardín, me hice perfume para ti en ti, hermosa rosa que pavoneas tus pétalos escarlata, al olerte me hueles y nace la belleza. Soy el hombre del jardín, soy el alma de las cosas en mi alma, soy porque soy la prisión y la libertad. El hombre que se desune para ser reunión.