A veces me pregunto por el alcance del término conciencia, su contenido, materialidad y constitución. Nada fácil ha resultado la tarea.
A poco de andar dudo sobre la pertenencia de la conciencia como sustancia del ser, es decir: ¿Es la conciencia parte del ser como lo es el pensamiento? ¿Lo es como la propia existencia? La respuesta se me antoja compleja y difusa.
En ocasiones, observando las personas de nuestra sociedad actual, pareciera que la conciencia es fruto de un constructo individual sometido inevitablemente a las influencias y condiciones culturales de tiempo y lugar. A pesar de la globalizalción en su polisemia, encuentro particularidades locales no transferibles a otras regiones, como ser las más o menos espasmódicas movilizaciones ambientalistas. Estas se dan en determinados contextos y no en todas las poblaciones afectadas por el ataque homicida de la contaminación. Baste con ver el Riachuelo por un lado y Gualeguaychú por otro.
Sin embargo percibo también algunas manifestaciones de conciencia impropias de una sociedad individualista, hedonista y fragmentaria. ¿Por qué ese jóven decide abandonar por un rato su divertimento para movilizarse por los Derechos Humanos? ¿Qué moviliza a ese docente que deja su casa, sus cosas, su familia para ir en auxilio del niño vejado u olvidado? ¿Por qué cientos de hombres y mujeres se involucran activamente y con intenciones altruistas en organizaciones políticas a pesar de la corrupción sistémica de las mismas? ¿Por qué Einstein no participó en la construcción de la Bomba de la muerte genocida?
Muchas preguntas, difíciles y escurridizas las respuestas. Si es la conciencia constitución natural del hombre, parece que algo quedó en el camino evolutivo de la humanidad, pues de aquel nous griego, de ese impresiante telos, hemos devenido en esta vacuidad instrumental, en la negación de toda forma de felicidad preñada de plenitud espiritual.
Por otra parte, si no es materia constitutiva del ser, si es fruto de un constructo cultural y social, entonces evidentemente esa conciencia cachetea nuestro rostro con una durísima realidad, pues ese edificio ha sido construido sobre bases precarias, sin real anclaje histórico, sin connotación de pertenencia y humanidad. Hemos entrado pues en el camino inverso al de la humanización, y en todo caso, la involución hace más estruendoso el fracaso de una filosofía de vida argumentada en la racionalidad moderna que nos deja desnudos, impotentes y, peor aún, ignorantes de ello e indiferentes.
De una u otra manera, el porvenir no parece promisorio. A no ser... que el hombre decida... no lo se... pero tal vez la luz pueda romper las sombras.
Sergio González